No hay chance que
deje de pensar en lo hermosas que son sus manos,
flaquísimas, los dedos tan largos que hasta casi se ven desproporcionados con
la palma, y con todo el resto de su brazo. Con sus meñiques y anulares sostiene
delicadamente un cubo Rubik mientras lo hace girar con sus pulgares e índices.
Pasa varios minutos desarmándolo para después volverlo a armar muchísimo más
rápido. Lo resuelve y empieza otra vez. Nunca lo vi en persona, pero cuando lo escucho
tocar la guitarra mientras estamos en llamada en Discord puedo imaginármelo
perfectamente. Sus finos dedos doblándose en la primera falange, apenas rozando
las cuerdas con las puntas puntiagudas, delicadísimamente. Sus manos parecen
sacadas de un animé, pertenecientes a un héroe, un samurai, el personaje principal, un
joven rudo y misterioso, solitario, pero con un gran corazón, que se niega a
amar otra vez, que enfunda una larguísima katana para pelear con demonios
salidos de otra dimensión en un templo en el medio del bosque, y luego sentarse a tomar una tacita de té rodeado de
todos los cadáveres, apenas balancea la tacita entre sus meñiques, pulgares e
índices, de la misma forma que mi metalero sostiene el cubo Rubik. Después de
sus manos hay unas muñecas diminutas, las muñecas más pequeñas que alguna vez
conocí. Tan pequeñas que las puedo rodear con mi pulgar e índice, las abrazo
con mi mano completa mientras con la otra acaricio la palma. Suavemente mis
dedos trazan lentamente todo el contorno, dibujan también toda la superficie,
acaricio con mis cinco dedos la longitud de cada uno de los suyos, los toco
como si estuviera tocando un habano traído directamente desde cuba y yo supiera de habanos. Cuando termino ponemos las manos palma con
palma, y él me hace notar lo pequeña que son las mías en comparación con las
suyas. Mis pequeñas manos dedos de salchicha. Pero esto no es sobre mis manos,
no, es sobre las suyas. Y la forma en la que con su garrita me aprieta los
muslos, me los amasa como si fuera un gatito. Estoy tirada en el sillón cruzada
con las piernas sobre las suyas, y él me toca desde la cadera hasta los pies,
ida y vuelta, con sus manitos perfectas, pero se detiene particularmente en el
medio del cuádriceps. Clava sus dedos esqueléticos en la suave carne, la apretuja
con fuerza, como si estuviera condimentando un lomo de cuadril para cocinar en
la parrilla. Lo va masajeando de un lado para el otro, de arriba para abajo,
luego para y da dos últimas compresiones, rápidas, seguidas, rítmicas, sincronizadas con las dos sílabas de una palabra que dice: ‘’tutos’’, que es una palabra que nunca había escuchado hasta ese momento,
pero aparentemente según mi búsqueda en Google, así se le refiere a los muslos
gordos que a la gente de internet tanto les gusta, especialmente en monas
chinas con medias bucaneras apretadas, que hace que se compriman en el
elástico. Nunca habría imaginado que me iban a gustar tanto las manos de
alguien, cuando le dije por primera vez que me pase fotos de sus manos había
sido más que nada en joda, y justamente por eso, nada nunca me había preparado para
eso, esas manos, agarrándome del pelo, acariciándomelo como si fuera esos
rascadores masajeadores de cabeza, para acercarme y besarme por primera vez.