sábado, 9 de octubre de 2021

 Un jueves como cualquier jueves, en pleno otoño y bastante soleado, tuve el placer de conocer a Lucio. Un joven pelirrojo, de San Nicolás, con los pómulos bien marcados por lo esquelética de su cara, chupada, muy parecida a la de Bowie en su etapa de merquero. Lucio me gustaba porque me hacía acordar a Bowie. No le había dado mucha bola al principio, hasta que le vi bien la cara una mañana que se sentó frente mío. La forma en la que miraba para abajo mientras dibujaba, y junto con la poca masa muscular de su cara, parecía que estaba beboteando constantemente. Era de esas caras que te gustaría mirar por siempre. Lo observé por un tiempo, y un mediodía me invitó a su casa a la tarde. A las seis casi en punto llegué al oscuro departamento, apenas entré vi las paredes del living todas dibujadas, como si fuera esas casas en los que los jóvenes van a consumir heroína en las películas de Hollywood. Un sofa-cama, una pequeña mesa con un pequeño televisor, más cosas a las que no le di bola. En la pequeña cocina una pequeña mesa en el centro, donde nos sentamos y tomamos quizás demasiados mates. Y hablamos. Más allá de que cursábamos juntos por hacía casi ya medio año, nunca habíamos hablado, no realmente. Capaz habíamos cruzado alguna palabra, sobre alguna banalidad, pero nunca habíamos mantenido una conversación de verdad. Y ahora estaba en su casa, y todavía no entiendo en qué momento supimos que el otro quería algo, era de esas cosas como en los sueños, que simplemente sabes por la omnisciencia de los sueños. Me preguntó si podía intentar algo, y me besó. A partir de ahí, me empezó a dar mates en clase. Aunque estuviera sentada en la otra punta del salón, siempre se levantaba y me traía uno.

Era una noche lluviosa de otoño, un año después, que después de no saber nada de él por varios meses, me dijo que vaya a su casa. Yo estaba yendo al cine, cuando salí y después de esperar el colectivo quizás demasiado, llegué a las tres y media de la mañana. Esta vez fue en un monoambiente en un primer piso, que según me dijo era de su jefe y estaba cuidando, había una cama de una plaza y un colchón tirado en el suelo, y una película de zombies en el televisor. No me acuerdo como sucedieron los hechos, a veces me gustaría acordarme con más detalle de cómo me besaba. Por ejemplo, no me acuerdo esa noche que lo hiciéramos. Me gustaría acordarme si le agarré el pelo mientras me acariciaba una nalga, acostados en ese colchón de mala muerte, con la luz de la calle enfocándonos como si fuera una obra de teatro. Si me acuerdo que después de coger fue a buscar agua y me tiró un poco encima, y me acuerdo de que nos reímos mucho de esa boludez. Por primera vez entiendo qué se refiere la gente cuando dice que uno nunca sabe cuándo va a ser la última vez que ve a alguien. Si hubiera sabido, quizás le hubiera dicho que me gustaba. Quizás lo hubiera besado un poco más, o más conscientemente. Tantas cosas que no le dije, ¿sabrá él que todavía no lo puedo olvidar? ¿Que me parecía el chico más lindo que alguna vez conocí? ¿que daría lo que fuera por una noche más? Capaz no esperaba que todo se termine así, esa noche. Él si, esa noche, por primera vez, me dijo que era hermosa.

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